domingo, 28 de febrero de 2016

Las grandes cosas que la humanidad ha visto no han sido realizadas por personas que han retrocedido, que han cedido ante la adversidad, que se han rendido.

A la luna, no ha llegado quien no ha vencido antes obstáculos impensables. Los grandes imperios fueron construidos por seres ambiciosos y constantes, dedicados, apasionados; las pirámides, solo pudieron ser concebidas en las mentes de enormes e incansables soñadores; Gengis Can, jamás retrocedió, y su huella en el tiempo es imborrable; Alejandro, a pesar de su corta edad, hizo que su nombre fuera conocido desde gracia hasta la india; Julio Cesar, hizo de roma el lugar en que todos los caminos terminan; la mayor construcción en honor al amor, sólo pudo ser realizada por un gran enamorado; hubo quien llevo  la independencia a las naciones empuñando las armas, y quien lo hizo promoviendo la paz, los dos buscaban un futuro mejor; la igualdad racial no se consiguió sin pelear antes miles de batallas; Muhammad Alí, el mejor de todos los tiempos, logró su reconocimiento usando un estilo que transgredía lo tradicional; la igualdad sexual no la consiguieron mujeres que se inclinaron ante la opresión... Los cambios, han sido el producto de seres que no bajan la cabeza, que sueñan, que anhelan, que se disponen a dar todo para conseguir sus metas, la constancia y disciplina han sido cualidades afines a todos ellos. Tu puedes cambiar el mundo, cambiar tu vida, construir tu historia. Adelante, ¿qué esperas?

miércoles, 24 de febrero de 2016


El día que entré a un cine porno

¡Espera! Le dije como si lo que estábamos por hacer fuera a poner en riesgo nuestras vidas. ¿Estás segura de que deseas hacer esto? Aún podemos dar la vuelta y pensar en otras opciones.

Mientras esperaba su respuesta, dos hombres de edad avanzada con trajes de paño que daban evidencia  del largo uso al que habían sido expuestos, pasaron junto a mí tratando de ocultar sus rostros e hicieron algún comentario que no escuché, o que, francamente, fingí no haberlo hecho.

Me parece algo muy extraño, pero definitivamente quiero saber cómo es, entremos, dijo ella.

Ingresamos al lugar un poco dubitativos, expectantes, desconfiados, por todo lado era posible ver cuadros que representan imágenes sexuales, mujeres en posiciones tentadoras y llamativas. Aquel que conozca bien la risa nerviosa que brota de las personas en momentos poco cómodos, sabrá exactamente de qué manera nos mirábamos y sonreíamos. Nos dirigimos al fondo del pasillo, lugar donde se encuentra la taquilla, preguntamos por la siguiente función y pagamos dos boletas, caminamos hacia la sala en la cual se proyectaría la función y entramos.

¿Han hecho el ejercicio de imaginar una sala de cine y cada una de las cosas que la compone? ¿Recuerdan las pantallas grandes que permiten una excelente imagen, acompañadas de un gran sonido, el suculento olor a palomitas de maíz bañadas en mantequilla, los perros calientes, los dulces, las gaseosas, los nachos que se untan en el exquisito queso derretido; la tranquilidad de poder sentarse en una silla limpia y cómoda, y la seguridad de sentarse junto a alguien desconocido?

Todo, y me permito enfatizar en ello, absolutamente todo en este lugar, resultaba la antítesis de lo anterior, la contradicción más profunda. Recordé incluso aquellas noticias que publicaban los periódicos amarillistas acerca de las agujas infectadas de sida que ponían algunas personas en las salas de cine xxx, razón por la cual, preferimos hacernos hacia un costado de la sala y permanecer de pie.

No duramos mucho tiempo en la función, las imágenes que empezamos a ver, no precisamente en la pantalla de la sala, sino en las sillas hacia las que se dirigían ahora nuestras miradas y pensamientos, nos hicieron tomar la decisión de salir de allí.
Los dos hombres que habían entrado al teatro poco antes que nosotros, empezaron a masturbarse mutuamente mientras se besaban. Arriba, una mujer que se encontraba acompañada, se arrodillo y empezó a darle sexo oral a su compañero; yo, por mi parte, quise disimular un poco la inexperiencia y sin pedir permiso toqué la cola de mi amiga y la besé.

¿Qué haces? Preguntó, un poco exaltada y molesta.

Me camuflo, le dije. Parece que la están pasando bien. Nos reímos y seguimos besándonos. Aprovecho la oportunidad para decir que siempre había querido besarla y curiosamente, la situación y el lugar, me permitieron hacerlo.

Mientras la función continuaba, lo que sucedía ante nuestros ojos fue siendo cada vez menos soportable. Los nervios, el miedo, y lo impactantes que resultaban las imágenes que veíamos, superaron por mucho la valentía que con tanto esfuerzo habíamos reunido para entrar. Nos fuimos de ahí.   


Ya afuera dejamos que la tranquilidad nos invadiera, y como si nuestra experiencia se hubiese dado en una función de humor, empezamos a reírnos sin pausa. Unos minutos después tomamos un taxi y nos alejamos de uno de los pocos teatros eróticos que aún sobreviven en Bogotá.
¿Han escuchado la expresión hazlo tu mismo? ¿Una corriente que durante los últimos años se ha encargado de incitar a las personas a tomar las riendas de sus cosas y, en vez de cederlas a terceros, tratar de hacerlas personalmente? En mi caso, esto se llama, repáralo tú mismo. 

El sábado, mientras esperaba pacientemente un bus que me llevara a casa, noté que el botón de bloqueo de mi iPod, ese dispositivo que tantos de nosotros usamos para almacenar y reproducir el hermoso sonido de las canciones que nos ponen los pelos de punta, nos entristecen, nos transportan, nos recuerdan momentos felices, o que simplemente usamos para pasar la moncha, hacer el pogo, conquistar a una niña y hasta agredir, había dejado de funcionar.

Como todo buen colombiano criado en el seno de una familia que llegó a la sabana bogotana hace ya varias generaciones procedente del campo, lo primero que hice fue soltar un putazo, desahogar mi frustración y enojo, ofender con todo mi repertorio léxico a la multinacional Apple, a los ingenieros y diseñadores que trabajaron en su producción, a la tienda iShop y hasta a la cajera que hace unos años me vendió el dispositivo asegurándome que saldría excelente y que solo por alguna extraña y muy poco probable razón se dañaría. Definitivamente esta no era una de esas poco probables razones, pensé, y terminé culpando a la mala calidad con la que fabrican las cosas en este nuevo siglo. La tusa del iPod. Lo guardé en mi bolsillo con la intención de intentarlo nuevamente más tarde —es absurdo, e incluso estúpido pensar que por arte de magia, o intervención de la providencia, después de que pasen unos minutos, las cosas dañadas van a estar andando a la perfección— pero no  funcionó.
Ya en casa, una gran idea acompañada de la intención desesperada de “hacerle la trampa al centavo” llegó a mi cabeza.

¡Lo arreglaré yo mismo! no debe ser tan difícil, me dije. Además, por estos tiempos, todo resulta tan caro que cualquier acción encaminada a ahorrar dinero, parece heroica, caballeresca, digna de los más altos honores. Prendí el computador, abrí la ventana de Youtube y escribí: cómo reparar el botón de bloqueo de un iPod nano de sexta generación; enter. Ante mis ojos aparecieron incontables videos acerca del tema, abrí el primero de ellos, duraba cinco minutos, la voz de quien hacía el video se escuchaba perfectamente y contaba con buenos comentarios.

¡Ja! Pan comido, me dije. Si él lo arregla en 5 minutos, yo me demoraré 20 o 30 cuando mucho, y sin pagar un solo peso. Alguien debería pedirle a quienes hacen ese tipo de tutoriales, que al inicio de sus videos pusieran una advertencia que dijera: Si no tiene experiencia en los procedimientos técnicos que se requieren para lo que se hará a continuación, no sea huevón, llévelo donde un experto.

El resultado fue un completo desastre. El primer paso en el video era tomar un secador de cabello y dirigir su aire caliente hacia el iPod con el fin de aflojar el pegante que sostiene la pantalla y desprenderla. Lo hice, mi pantalla se rompió. No es tan grave, pensé, queriendo convencerme a mí mismo de que después de arreglado el botón, la pantalla rota sería solo una pequeña molestia. El segundo paso era quitar unos tornillos, la única parte del video que resultó realmente sencilla. El tercer paso, desprender una pieza de metal; el cuarto paso, sacar la  batería —el  hombre del video lo hizo en 5 segundos, yo tardé varios minutos— el quinto paso era desprender unos plásticos que cubrían más tornillos, quitar los tornillos, acceder al lugar donde los botones hacen contacto con los circuitos, sacar el botón, agregar un pedazo de alambre y pegarlo de nuevo, poner los tornillos, recubrir  con los plásticos, poner la batería, poner la pieza de metal, insertar más tornillos…alto. En este punto me di cuenta que en algún momento una pequeña pieza inexistente en el video, se encontraba fuera de su sitio, ¿qué sitio? Ni puta idea.


Conclusión: Rearme el iPod ignorando esa pequeña parte que parecía insignificante. No conseguí absolutamente nada, el botón seguía dañado, y ahora, los botones de volumen tampoco funcionaban. Que mal rato el que pasé, los insultos en este caso fueron para mi. Ahora, con seguridad, si el iPod tiene arreglo, va a costar mucho más que al principio, gracias Fabián.