Dicen que en el mundo
todo cambia, que nada dura para siempre, que nada es seguro, pero no, yo no lo
creo, yo difiero, yo pienso que hay cosas que pueden permanecer en el tiempo,
que perduran, que jamás terminan. Como los pensamientos que nos despiertan las
grandes melodías, los atardeceres junto al mar, las noches estrelladas, el
hermoso amanecer que tiñe con un sinfín de colores el profundo e inalcanzable
cielo y nos llena de nostalgia, como el amor a los padres e hijos, como el
jubilo que despierta en nuestros corazones la alegría de los seres amados, como
las sonrisas que brotan de nuestros rostros al recordar la niñez; La niñez, algo
recordaré siempre de la mía, serán las
palabras de mis padres diciéndome que siempre, bajo cualquier circunstancia, lo
único que tendría sin duda alguna sería a mi hermano, mi más grande compañía,
mi mejor amigo. Pienso que eso es algo que durará por siempre.
La vida pasa tan pronto
que parece un cuento escrito en unas pocas páginas. Basta con mirar atrás para
entender que el tiempo no alcanza, que quisiéramos hacer más, vivir más; que la
niñez fue muy corta, nos hizo falta un último juego, nos hizo falta tiempo para soñar, para
imaginar el futuro, dejamos de usar las ollas como cascos, las almohadas y
sábanas como materiales para construir casas,
dejamos de reírnos de chistes tontos, de tener el valor necesario para
disfrazarnos de caballeros y abordar extraordinarios mundos medievales, o de
astronautas, y navegar por el inmenso universo. Seguramente todos hemos soñado
con detener el tiempo para poder perpetuar aquellos momentos en los que nos
sentimos realmente felices.
De un momento a otro
nos hicimos grandes, escogimos profesiones, olvidamos la magia que tiene una
hoja en blanco, dejamos de sorprendernos con cosas sencillas, nos enamoramos;
el jardín, el colegio, la universidad, todo pasa tan deprisa. Seguramente en
poco tiempo seremos viejos, habremos
formado una familia, habremos caminado por la vida sin notar en qué momento
llegamos tan lejos.
Y ahí estaremos, recordando
sus palabras, porque son ciertas, porque no cambian. Somos los dos, hermanos,
mejores amigos, compañeros, el uno para
el otro en las buenas y en las malas, como siempre ha sido. El regalo
más grande que me ha dado la vida es el de poder llamarte hermano, y haber
podido compartir contigo lo mucho o poco que ha pasado hasta ahora. Me siento
orgulloso de ti y feliz por tu felicidad. Me emociona saber que hoy das el
primer paso en una travesía que hasta ahora empieza, pero que con seguridad
será magnífica y gratificante, porque tienes todo lo que se necesita para
construirla de esa forma, sin importar lo que se interponga, sé que conseguirás
cosas enormes, porque naciste para ellas.
Y si algo llega a salir
mal, ahí estaré yo, siempre, sin importar nada, para darte un abrazo, un
consejo, para ayudar en todo lo que me sea posible. Hay quienes dicen que todo
cambia, que nada dura para siempre, pero se equivocan, porque algunas cosas son
eternas, como el honor que me produce
poder decirte hermano mío.
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