viernes, 26 de agosto de 2016

Yo jamás he escuchado el sonido de las armas, los gritos de quienes corren para no ser alcanzados por las balas, jamás he visto ante mis pies ríos de sangre, hoyos en las paredes de casas hechas con cartón, latas, y sogas. Yo jamás he sentido el horror de ver campos cubiertos con cuerpos sin vida, no conozco el frío que produce la cercanía de la muerte, no tengo idea del dolor que causa ver morir a un ser amado por la acción de los fusiles que se han disparado en estas tierras; y aun así, siendo ajeno a estas, y a muchas otras cuestiones del mismo tipo, siento un gran dolor por todos aquellos que han debido soportar la crueldad de la guerra, y una profunda alegría al pensar que finalmente, después de tantos años, se presenta una oportunidad de paz.

Dijo algún día el mayor escritor de este país, Gabriel García Márquez, “la vida no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir” y está oportunidad, tal vez sea la más grande que se nos presenta a las generaciones que nacimos en el seno de la guerra, del dolor, de la muerte, el llanto, la desolación, la desesperación y la inmensa tristeza. Se presenta por primera vez en décadas, una oportunidad real de transformar la historia de nuestro pueblo, la oportunidad de escribir nuevas páginas en nuestro presente y futuro que no estén acompañadas con las incontables lagrimas que se han derramado. Nosotros, los hijos de la guerra, tenemos hoy la oportunidad de alterar nuestro destino, de desfigurar nuestro presente, y de construirlo bajo las bases de la paz. Tenemos hoy, la responsabilidad de dejar a las generaciones venideras un mundo distinto, un país distinto. Todo ser humano es hijo de su tiempo, autor de él, y tiene como obligación dejar a quienes llegan un mundo mejor del que lo recibió al nacer.


Los invito entonces a tomar esta hermosa oportunidad, a no ser ajenos ante el dolor de quienes, como suele decirse, han visto a la muerte a los ojos, los invito a dejar de lado el odio y la rabia, a ser humildes, amorosos y sencillos, a dejar de lado la soberbia, los sentimientos de venganza, a dar el primer paso en la construcción de una nación más pacífica, igualitaria, democrática y amorosa, espero, y anhelo con todo mi corazón, que por primera vez en tanto tiempo, suenen más las risas que los tiros, que los abrazos sean por alegría y no por dolor, que juntos, todos, tomemos las riendas de nuestro tiempo y lo fabriquemos lo más parecido posible a lo que en algún momento hemos soñado.    

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